miércoles, 11 de marzo de 2009

Destinatario: Voluntad.

[Dedicado a todos los que como yo extraviaron esta preciada cualidad en algún punto de su camino]


Queridísima y estimada Voluntad:

 

Espero que esta carta llegue de una u otra forma hasta sus poderosas y metafóricas manos y que mis ruegos y lamentos que a continuación me dispongo a exponer sean por vuestra merced escuchados y a ser posible atendidos en la medida que usted considere adecuada.

 

No se qué motivos le llevaron a abandonarme a mi suerte pero desde el desdichado día en que decidió salir de mi vida todo ha ido un poco peor que antes ya que me cuesta horrores emprender cualquier propósito medianamente serio que me plantee. Si no me equivoco le perdí la pista allá por el verano del 2006, es decir, las vacaciones de las que desafortunadamente no gocé en absoluto probablemente por haber esperado de ellas mucho más de lo que al final fueron. Para refrescarle la memoria le diré que el susodicho verano representaba para mi el ansiado fin de una importante época de mi vida (la adolescencia) y de un lugar (el instituto), y el paso a una “mejor vida” (ingenuo de mí pensé) que luego no resultó exactamente tal y como había yo imaginado.

 

Pero ese no es el tema.

 

El asunto es que usted se fue y no me expuso ni un solo argumento para explicar dicho comportamiento. Eso me dolió profundamente puesto que creo que usted y yo gozábamos de una buena amistad de mutuo y recíproco beneficio,  y que no había  motivo alguno para una ruptura de esa índole.

 

Tras muchas cavilaciones he podido llegar a la conclusión de que  usted interpretó que en adelante ya no tendría futuro ni cabida alguna en mi vida universitaria, pero le puedo asegurar (y creo que lo estoy demostrando con el presente manuscrito) que se equivocaba rotundamente.

 

No se por qué no contesta a mis correos, a mis cartas, a mis faxes, a mis llamadas telefónicas, a mis señales de humo, a mis telegramas o a mis palomas mensajeras, pero le ruego que reconsidere su postura y que haga usted el favor de darme una nueva oportunidad, y sea cual sea el agravio que hirió su sensibilidad le pido humildemente perdón.

 

Si no es mucha molestia me gustaría invitarle a discutir este particular entre unas cañitas, que es sin duda la mejor manera de arreglar los entuertos. Así pues, espero que me responda con la mayor brevedad posible, puesto que no miento cuando digo que la necesito ahora más que nunca.

 

            Sin mucho más que añadir y sin rencores de ningún tipo, un servidor se despide a la espera de su decisión.

 

 

 

 

 

 

Con cariño, Azrael.

martes, 3 de marzo de 2009

Nada en particular



Hoy es un día cualquiera. Me levanto tempranísimo (las 7:15 no deberían existir), voy a clase, aguanto 2 horas de inglés, 1 de Fisiología Vegetal, y otra adicional de Fisiología Animal. Entrego los trabajos que tenía que entregar, y escribo rápido y sin quejarme hasta que me duele tanto la muñeca que el dolor acaba transladándose a mi cabeza.

Agobio.

El salir tarde, hambriento y mareado tampoco ayuda. Cuando abro la puerta de la facultad un viento punzante azota mi cara y las gotas de lluvia encrespan los pulcros pelos alisados de unas cuantas pijas que acaban de asomarse al mundo exterior. Miro a mi alrededor buscando una mirada amiga, pero la gente no está para gilipolleces. Y más concretamente, no está para mis gilipolleces. Se apresuran a abrir el paraguas y salir cagando leches a coger el bus, que ya se está yendo. El cielo amenaza con su gris lupino y tras 5 minutos en la parada logro al fin dejar el campus.

Frío.

En el autobús la gente habla, ríe, comenta. Sus preocupaciones mundanas me parecen en ese momento vacías y caprichosas. Me siento sólo en la parte trasera, pegado a la ventana, y me dedico a observar como las gotas se deslizan por el cristal. Me entretengo en adivinar cuál llegará antes que la otra. Veo a la gente si paraguas correr por la calle, con periódicos en la cabeza, gabardinas y maletas marrones, esquivando el agua que se acumula y salpica cuando pasan los coches, hasta que llego a mi destino.

Recorro el breve trayecto que hay hasta mi casa y abro la puerta. Mi familia está recogiendo ya la mesa (afortunadamente). Y a partir de ahí todo es igual. Discusión por aquí, discusión por allá, e incluso hoy por si fuera poco también toca discusión por teléfono.

 Finalmente llega la noche, y mi madre para de entrar a mi habitación y se va a dormir. Mi padre apaga el ordenador y deja de gritar, marchándose a la cama también, al igual que mi hermano. El tumulto de los vecinos poco a poco empieza a disminuir e incluso apago el CD de Megadeth que lleva sonando 20 minutos. Entre las mantas y edredones (que me cubren hasta la nariz) escucho el ruido del agua cuando golpea las aceras y un sopor empieza a invadirme. Por fin, una sensación agradable logra penetrar en mi cuerpo y la mente se me queda en negro. Al principio no logro saber qué es, ni de dónde procede. Sólo se que es maravilloso, que es lo mejor sin duda de éste día en particular, y que por mi al resto del mismo le podrían haber dado bastante porculo. Y de pronto, la respuesta aparece en mi mente, como si súbitamente se condensara de la nada:



Silencio.