sábado, 26 de diciembre de 2009

Compren vaselina: Se cierne febrero... (II)

[La primera parte la podéis encontrar aquí ]

Una vez vencida la tentación del diablo hecho computadora, el devanamiento de sesos comienza. El estado de concentración en los primeros días tiende a cero, y las paradas entre estudio y estudio son demasiado largas, pero conforme avanzan los días y te das cuenta de que el primer examen está a la vuelta de la esquina, varios fenómenos curiosos van ocurriendo. El primero es la aparición del voto de clausura. Al principio las salidas empiezan a ser menos frecuentes y duraderas, para finalmente desaparecer, excepto en los cortos periodos en que sufres crisis de ansiedad y sales escopetao de la caverna. Cuando no sales te pones de mala hostia porque no sales. Cuando lo haces, no eres capaz de disfrutar de la salida porque estas pensando todo el rato en que tienes que estudiar, con lo cual vuelves de mala hostia a tu casa. La luz cada vez entra menos en tu cuarto. Como la noción del tiempo se reduce poco a poco hasta que al final desaparece, ya ni te molestas en subir la persiana del cuarto. Sólo intuyes que es de noche cuando tu madre deja de entrar en tu cuarto, y cuando eso ocurre sus palabras salen por la oreja derecha tan prestas como entran por la izquierda. Los monosílabos empiezan a ser corrientes en la comunicación con tu familia, a menos que la conversación verse sobre lo que estudias o dejas de estudiar, que es cuando estalla toda tu mala hostia acumulada a lo largo de los días. De hecho he llegado a la conclusión de que los padres lo hacen aposta para prevenir posibles ataques de esquizofrenia que provoca el aislamiento y el cautiverio.

Como las lecciones empiezan a invadir todos tus circunvoluciones, y los temas empiezan a enrevesarse y entremezclarse, y todo es difuso y complicado, el resto de cosas empiezan a ser olvidadas. Al principio los recuerdos del exterior. Luego la cara de tus amigos. Finalmente olvidas tu nombre y edad, y comienzas a balbucear y mirar hacia el infinito con la visión borrosa. Te olvidas igualmente de las cosas más fundamentales, como dormir y comer, puesto que tus biorritmos se ven alterados completamente y empiezas a actuar con el modo automático enchufado, lo que significa que te guías por los instintos más bajos.

También descuidas la higiene. Las encías se hinchan y la ducha escasea, y todo eso unido a la esclavitud permanente en tu madriguera hace que el aire de tu cuarto torne a un color obscuro y que su densidad aumente tan notablemente que cortarlo con un cuchillo sería tarea fácil. El hedor se hace insoportable, pero tu cuerpo se habitúa. Eso además sirve para ahuyentar a animales no bienvenidos en tu morada como tu madre, padre y hermanos/as. La peste empieza a cocerse a fuego lento, puesto que ni siquiera ventilas tu habitación por las mañanas y la puerta de tu cuarto permanece cerrada las 24 horas. Tu pijama, que es tu indumentaria común tanto por el día como por la noche, comienza a aumentar en espesor y en dureza. En los últimos días puedes comprobar que, si por alguna causa mayor te lo quitas (incendios, guerras o epidemias) y lo tiras contra la pared, rebota en esta y queda de pie en el suelo. Esto ha sido descrito por numerosas comunidades científicas como el síndrome del almidonamiento espontáneo.

Una espesa barba comienza a brotar de tu cara, en el caso de los hombres, o de tus piernas, si de una mujer se trata. A algunas mujeres incluso les crece bigote. Antes de ir al médico, deberían comprobar si es la roña del ambiente la que sublima en su labio superior.

Los últimos días no eres más que un guiñapo sucio y maloliente, hosco y encorvado que habla en un lenguaje extraño y resulta esquivo a su familia, en cuyo cuarto no se puede entrar tanto por el riesgo de intoxicación aguda como por la cantidad de roña acumulada, ya que al estudiante le entra el síndrome de diógenes cuatrimestral. Miles de vasos con culos de distintas bebidas y otros tantos platos con migajas y restos de comidas variadas se apilan por aquí y allá, por lo que el riesgo de infección o contracción de alguna enfermedad crónica y/o venérea aumenta.

Si aun así consigues sobrevivir, felicidades. Ya eres libre para tocarte los huevos durante los próximos 3 meses.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Compren vaselina: Se cierne febrero...


Se acerca Febrero. Ya puedo olerlo. Negros nubarrones impregnan el antaño rosado cielo, y las noches se ciernen cada vez antes sobre nuestras cabezas. Los de mi especie notamos el cambio de estación, y nos apresuramos a prepararnos para tan aciago evento.

Lo primero, el aprovisionamiento. Es esencial comprar los adecuados estimulantes que nos permitirán aguantar la tan larga vigilia y aburrimiento. Sobre todo si sois tan nocturnos como yo. Las estanterías de mi cocina empiezan a llenarse de Redbules, Coca colas, Aquariuses, etc. Las calorías ingeridas también son importantes, con lo cual también me hago con unas cuantas bolsas de palomitas, almendras, cacahuetes, quicos, etc. Otros prefieren los dulces, pero no es mi caso.

Lo segundo será preparar los apuntes. Esta es la parte donde te das cuenta de que te faltan la mitad y las vacaciones empezaron hace 2 días, y tus mejores amigos son de otros pueblos o viajan a ellos con motivo de la llegada del solsticio de invierno. Blasfemas durante un tiempo, pero todo es fútil. Miras de reojo la mitad que sí posees, y te das cuenta de que el 20% es ilegible, el 30% son fotocopias que no se ven y el restante 50% está bien pero no lo entiendes igualmente. Y ya es demasiado tarde como para sacar un libro de la biblioteca. Tras ese descorazonador panorama intentas con escaso resultado llamar a algunos de tus colegas, y es entonces cuando te cagas en tus muertos por haberte juntado con la panda de impresentables más cantosa de la facultad y no con los empollones de los que sueles reírte. Ellos TAMPOCO tienen lo que a ti te falta.

El tercer paso es preparar la habitación: La limpieza es esencial porque no se puede ensuciar lo que YA está sucio, y sabes que tu cubículo parecerá una pocilga el 15 de Febrero. Empiezas a tirar mil cosas y a guardar dos mil. Limpias hasta el polvo de las estanterías, porque cualquier nimia cosa torna a tener un cariz esencial en la época de los exámenes, como comprar esa correa para hamsters que viste hace mil años en a saber qué tienda de mascotas o bien arreglar el trastero o las ruedas de tu bici, que hace siglos que van haciendo ochos.

Finalmente te sientas en la silla en la que te va a doler la espalda durante los restantes 60 días y comienzas una amarga lucha interna por no coger el ordenador que lo tienes a un palmo de distancia y ponerte a mirar mierda en internet. ¡Ay internet! ¡Es la perdición de cualquier universitario encarnada en mil páginas de morralla de la mala cuya lista encabeza el maldito Tuenti! La posesión de capítulos de series sin ver y de juegos sin jugar también ayudan a mermar la voluntad del alumno, que se ve sudando cual gorrino (falso porque los cerdos casi no sudan) como si del mono de la heroína se tratara.


[Continuará..]